L.M. B. F.
-Mami tengo miedo- dije.
-No hay de qué preocuparse, es algo normal- dijo mi mama.
-No que horrible, no quiero ir- dije.
-Ahí mamita pobrecita, pero eso es sencillo, más bien duérmase que mañana tiene colegio- dijo.
-Bueno ma, nombre de Dios- dije.
-Dios la bendiga- dijo
Me dio un beso en la mejilla, solté una risita, me metí en la cama y me acobije. Mi mamá apagó la luz y cerró la puerta. Yo no podía conciliar el sueño, -Como será- pensaba, -como hago para zafarme… como que no se puede- respire profundo, mientras mi mente daba vueltas, divagando sobre el acontecimiento que tendría lugar al día siguiente, en esas mi cuerpo se relajó y entre tantos pensamientos suavemente pude caer profundamente dormida.
Me desperté un par de veces con la angustia del suceso que se avecinaba, pero con la rapidez que me levantaba, así mismo volvía a sumirme en los brazos de Morfeo.
Mi mamá me levantó a las 6:01 am.
-Laura, Laura levántese- dijo.
-Ahiiiii, otro ratico más- repuse, y gire delicadamente mi torso. Mire el reloj del celular marcaba las 6:05, -que pereza- pensé, -quisiera dormir otro rato-. Me levante adormecida, tome la toalla rosada que estaba colgada en la puerta, en ese momento me voltee con la mirada hacia mi cuarto, tan sencillo, tan especial, tan mío. –Que acogedor- pensé. Preferiría quedarme en él, a ir a ese lugar, suspire, pues así debían ser las cosas. Gire y emprendí la marcha hacia el baño, entre y cerré la puerta. Y allí de frente se encontraba mi fiel amigo, el espejo. Me observaba detenidamente, atento a todos mis movimientos, anticipaba mis pensamientos y reflejaba los sentimientos, -Mañana no me veras igual- le dije y cogí el cepillo de dientes le puse dentífrico y suavemente deslice las cerdas por mis dientes y encías, levante la mirada y allí estaba yo frente a mi fiel amigo, con un ojo más pequeño que el otro y unas ojeras moradas, parecía un zombi, me reí. Acto seguido me despoje de mi ropa y lentamente ingrese a la ducha, me bañe y después de 15 minutos salí nuevamente, volví a mi cuarto que se veía más bonito, abrí el closet y saque mi uniforme de diario, una faldita a cuadros de color café, y una camisa blanca con cuello redondo y botones rojos. –Sera que con lo de hoy se mancha la camisa, como es color blanco- pensé. En fin me quede pensando eso mientras me ponía el uniforme, las medias y los zapatos.
Baje las escaleras, desayune algo ligero y me subí al carro, iba tarde (como raro), faltando tres cuadras mi mamá me recordó el lúgubre suceso, en mi opinión era medio inhumano y me aterraba tener que ir. ¡MAMÁ!, le grite, uno con miedo y usted en esas. Ahí Laura deje ya la bobada, eso no duele, ni por que fuera algo del otro mundo, aparte solo siente un poquito, ya luego no pasa nada, dijo mi mamá.
En esas llegamos al colegio, me baje del carro algo malhumorada y salí corriendo hacia la puerta del colegio.
-No se le olvide mostrar el permiso, pa que la dejen salir temprano- dijo mi mamá.
Yo lo tenía más que claro. Al llegar al salón le conté a mis amigos lo que pronto iba a suceder, claro que no mostraba miedo, simplemente alardeaba del suceso, supongo que era para sentirme mejor.
-Ve y no te da miedo- dijo José.
-Pues obvio, pero toca- dije con aire de autoridad.
-Jajá pobre cachetona- dijo josè.
En ese momento me reí disimulando lo terrible que había sido esa frase para mi, estaba espantada, saber que tenía que ir a un lugar que no quería para hacer un procedimiento que no quería y lo peor saber que es inevitable, eso sí que da escalofríos.
Se acercaba la hora, con cada segundo mis latidos aumentaban. Me encontraba en clase de español, con la profesora Betty. Profe lo que pasa es que tengo un permiso para salir a las 3, dije. Bueno vaya donde Alexandra, la enfermera, y me trae el papelito, dijo ella.
Salí del salón y me dirigí a la enfermería, hola Alex, dije, vengo para que me firmes un permiso. Muéstrame la agenda, dijo ella, se la pase, la miro y saco una fichita de permisos, la firmo con mi nombre y me la dio, listo ya esta, dijo.
Regrese al salón y le mostré el permiso a la profesora, ella no dijo nada, salí lentamente, caminaba a paso lento eran las 2:50, suspire profundamente, me dirigí hacia la puerta principal del colegio y allí se encontraba mi mamá. –Apure Laura que vamos a llegar tarde- dijo. Me subí al carro y emprendimos la marcha, llegamos a una intersección doblamos a la izquierda, y cogimos la autopista, un buen trayecto de camino, diría yo. Ninguna de las dos menciono palabra, llegamos a un semáforo doblamos a la izquierda, pasamos por un parque grande y hacia a derecha, mi mama parqueo el carro y dijo, listo llegamos. Mi corazón empezó a mil, me baje lentamente me sudaban las manos, -mamá tengo miedo- dije. Ella se compadeció de mí y me dijo tranquila mi amor. Subimos por la pequeña pendiente de ese edificio blanco con bordes azules. Entramos por una puerta con rejas y allí había una recepción un poco improvisada y tosca, como es posible que este aquí, pensé. Había dos secretarias, pedimos turno y nos sentamos en esas sillitas típicas de consultorio, que simulan comodidad pero no la brindan ni un poquito. En esas mi papá entró por la puerta, ciertamente soy una niña consentida, hola lala, me dijo. –Papá no quiero entrar- dije, a lo que comenzó a hacer chistes pasados, -uy Laurita ahorita la voy a ver, yo hice pucheros papá, a lo que él respondió tranquila yo subo con usted. Laura Marcela Ballesteros, dijo una secretaria, mi mamá y yo fuimos hasta allá, la orden por favor, dijo la señora, mi mamá la saco del bolso y realizo los papeleos necesarios para pasar sin problemas. -Espere un momentico ya la atendemos- dijo la señora. Nos sentamos nuevamente y mientras mis padres hablaban de sus trabajos y de los quehaceres de la casa, de lo que faltaba por comprar, del mercado, etc. Yo me sentía frustrada intentaba calmarme y en vano decía –todo está en la mente-.
-Laura Marcela Ballesteros- dijo la recepcionista, a lo que mi mamá respondió, aquí. –Por favor suba al segundo piso la primera puerta- dijo la señora. –Vamos Laurita- dijo mi mamá, y subimos junto con mi papá. Buenos tardes, dijo una señora bajita con cara amable, ya un momento el doctor la atiende. Nos sentamos nuevamente, mi mamá tenía que averiguar una cosa en recepción así que me dejo a solas con mi papá, que no era una muy buena ayuda. Mi papá es igual a mí, o bueno yo soy igual a él, distraídos, o desviro lados, como dice mi mamá a morir. Las cosas van y vienen y ni siquiera nos inmutamos, es el mal de la familia jajá. Nos encontrábamos ahí cuando la señora dijo ya pueden pasar. Me puse nerviosa de nuevo, y empecé a sudar frio, con las manos temblorosas salude al doctor, hola me dijo con cara amable, por favor el señor (dirigiéndose a mi padre) podría salir y esperarla afuera. Me asuste mas, ya no tendría el apoyo de mi papá. Mi papá me dijo voy a estar aquí afuera cualquier cosa, y salió. El doctor se giro hacia mí, me acosté en esa silla, algo grande, algo terrible para mi gusto, me dijo su nombre y me explico el procedimiento, -vamos a aplicar… a cortar… sacar…- todas estas palabras revoloteaban en mi cabeza como dagas contra mi pecho, dándole a mi corazón un vuelco lleno de horror y desespero, que bien se disimulaban en una cara infantil que medio intentaba esbozar una sonrisa. El doctor se puso los guantes, y saco una jeringa que parecía sacada de una película de payasos cirujanos, era inmensa, la enfermera me ofreció una servilleta, -¿para qué?- Le pregunte, -de pronto la necesites- me respondió.
Así comenzó el procedimiento, abre la boca, dijo el doctor, tragando saliva le hice caso, aproximo la jeringa y yo apreté la servilleta que tenía en mi mano con tal fuerza que se volvió una pequeña esfera enseguida, tranquila, me dijo el doctor. Yo lo intentaba, en serio que sí, pero toda la vida he sufrido de fobia hacia las jeringas, por lo que cerré los ojos, y el doctor prosiguió a aplicar anestesia en mis encías, sentí esa pequeña aguja al lado de la raíz de mis dientes y para colmo de los males eran dos chuzones por muela, y como eran cuatro prácticamente me aplicaron 8 terribles chuzoncitos. El doctor prosiguió con la cuchilla o navaja o bisturí, o lo que fuera para romper la encía, para extraer aquellas muelas, glish, cortó en la parte inferior derecha, y con una pinza extrajo aquel diente que ya no haría parte de aquel compas de perlitas blancas. Así prosiguió, saco la segunda, pero al llegar a la parte superior derecha, las cosas se complicaron, la muela se partió y el dolor era insoportable, -¿Quiere mas anestesia?- pregunto, a lo que respondí negando con la cabeza. Le tenía más miedo a la aguja que al dolor en si, después de unos minutos saco la muela, y todo fue calma. La cuarta salió con facilidad. Por lo que ya había realizado la mayor parte de la “cirugía” aunque sacar dientes suene sencillo para ser llamado con ese nombre. Con un hilo y una aguja cosió los cortes que había realizado y cuando termino con una sonrisa en la boca me dijo –listo, todo salió a la perfección, duro 25 minutos y no hubieron complicaciones- yo lo mire con ojos de muérase, pues el dolor era insoportable y él con esa sonrisa estúpida. Llamaron a mi papa y le dieron ciertas recomendaciones, y terminaron con esta frase –en los próximos días presentara una hinchazón, tiene que reposar para que los puntos no se abran, no realizar movimientos bruscos, comer cosas suaves y frías, realizar enjuagues con pañitos, pues comprenda usted que la extracción de las cordales es algo sumamente complicado si no se cuida.
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