lunes, 5 de abril de 2010

LA DESPEDIDA

E.M.B.M

Era una mañana normal, como todas las mañanas; sentía todavía el cansancio de la noche anterior y aún recordaba lo bien que la habíamos pasado.Me levanté pensando en qué iba a ser de mí día, sin tener mucho que hacer y al ser un día tranquilo no medité mucho al respecto, sólo lo dejé pasar como casi siempre, en medio de la rutina.
En las horas de la tarde y como habíamos acordado me reuní con unos amigos para hacer un trabajo; como era de esperarse la tarde pasó rápidamente.
Entre trabajo y risas, muchas risas, llegó la noche y con ella la idea de ir al cine; terminamos lo pendiente y salimos hacia el centro comercial.
En el carro conversamos de nuestras vidas y familias, cada uno comentaba alguna anécdota sin dejar nunca las bromas a un lado.

Nunca pensé que un fin de semana tan divertido y productivo iba a terminar de una manera tan trágica.

Llegamos al cine pero contando con tan mala suerte pues no habían boletas para la película que queríamos ver; después de pensar un rato decidimos que por ese día había sido suficiente y cada quien se fue para su respectiva casa.
Ya me dirigía a la mía, manejando sin prestar mucha atención a mi alrededor sumergida en la música que sonaba y particularmente en una canción, señal de algo que se aproximaba pero que no entendí sino hasta horas después.
Llegué a mi casa pensando en sentarme frente al computador y así dejar pasar el tiempo antes de acostarme, pero no lo hice, cambié mi rutina y me senté a ver televisión, era una noche “especial” pues estaban transmitiendo los Oscar.
Cerca de las once de la noche el sueño no me dejaba razonar así que decidí irme a dormir. Me estaba cambiando cuando sonó el teléfono.
Era confuso lo que le escuchaba decir a mi mamá, -“¿pero dónde están?, ¿y qué fue lo que pasó?” dijo dos veces antes de colgar, se dirigió a mi papá diciendo –“Ma. Elena está en Imbanaco sin signos vitales”. Escuché desde mi habitación, incrédula y antes de siquiera pensar en qué pasaba ya estaba de nuevo en la sala lista para salir.
Salimos de la casa coincidiendo en algo, la información que había llegado por el teléfono no podía ser más que una simple confusión o una exageración por culpa de los nervios.

Llegamos a la sala de urgencias; afuera estaba mi primo sosteniendo en una mano el casco de la moto y en la otra el celular, en su cara solo había confusión y no era claro lo que decía, solo sabía que mi tía estaba muy mal y que los médicos supuestamente estaban haciendo todo lo posible por reanimarla.
Estuvimos de pie unos cuantos minutos sin pronunciar palabra cuando vimos salir a unas de mis tías; con solo verle la cara fue suficiente para saber qué noticia traía.
La primera reacción de mi madre fue abrazarla y preguntarle qué pasaba, le decía que todo esto solo era una pesadilla.
Stella llorando solo decía en voz muy baja y quebrantada por el dolor “Ma. Elena se murió”.

En ese instante y al escucharla, creí me iba a desmayar y tuve que sentarme; se me pasaron muchas cosas por la cabeza pero el pensamiento que más resonaba en mi era, -“esto no es cierto, no puede estar pasando”. Veía a mi mamá llorar sin consuelo y como mi papá la sostenía. A mi no me salían las lagrimas, solo sentía un hueco en el pecho y un peso inmenso sobre mí.

Me desconecté de lo que estaba pasando.
-“No, ya está mejor, estamos en la casa” dijo mi mamá por teléfono, cuando colgó le pregunté con quien hablaba, me contestó, -“con tu tía Ma. Elena, dijo que ya viene”.
Un rato después llegó con un pastel en sus manos, me lo pasó, me saludó y conversamos un rato, me preguntaba constantemente como me sentía, yo le decía que bien y así estuvo conmigo un rato largo mientras conversaba con mi mamá, yo estaba muy enferma así que me quedé dormida.
Este recuerdo se cortó por una voz que me llamaba, cuando la escuché cerca volví a la realidad y lastimosamente me di cuenta que sí estaba pasando lo que yo no quería afrontar.
Me fui con mi mamá a recoger a mi abuela y mientras manejaba pensaba con incredulidad lo que estaba sucediendo.
Cuando regresamos a la clínica estaban ahí casi todos mis familiares cercanos, esperando noticias más ciertas de lo acontecido.
Yo seguía en shock, aún no reaccionaba del todo, pero mientras me acercaba al otro lado del hospital donde decían tenerla, el hueco en mi pecho se hacía más grande y se me hacía más difícil caminar.
Entramos a la torre B de la clínica, mi mamá no quiso pasar de la sala de espera, yo bajé con mi papá y mi hermano, no sabíamos a dónde íbamos exactamente así que llegamos por indicaciones.
Era un cuarto pequeño en el sótano de la clínica, en la entrada decía “sala de paz”, adentro habían varias personas que la verdad no recuerdo exactamente quienes eran.
No alcancé a entrar del todo, sólo llegué al marco de la puerta, el ambiente era pesado y la tristeza se sentía desde afuera.
Me asomé y ahí estaba, tendida en una camilla sólo cubierta por una sabana. La miré desde lejos por unos segundos; segundos que fueron suficientes para que mi incredulidad cesara y sintiera mi corazón desgarrarse. No pude contenerme y las lágrimas salieron sin control.
Tuve que salir inmediatamente y subí de nuevo, me senté al lado de mi mamá.
No podía parar de llorar, sólo pensaba lo injusta que es la vida, lo joven que estaba mi tía para morir, lo mucho que no le dije, lo poco que le dije que la quería, los muchos momentos que viví junto a ella, los momentos que sé ya no podré compartir con ella, pensaba con rabia el por qué Dios se la llevaba y por qué no tuve chance de decirle “Adiós”.

Ha pasado ya una semana y sigo creyendo que todo fue un mal sueño; el dolor sigue siendo igual o mayor al que sentí cuando la vi “dormida” en su ataúd porque sé que ya no va a estar conmigo físicamente.

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