lunes, 5 de abril de 2010

PASEO AL LÍBANO

O.C.G.
Ese parecía un día normal como tantos otros en mi vida. Como siempre, la aburrida rutina; me levantaba, me bañaba y me alistaba para ir al colegio.

Pero esta vez, iba a pasar algo especial. Salí camino a mi colegio preparado para enfrentar aquellas tediosas horas entre los números, la filosofía, las planchas de artística… pasaban los minutos lentamente hasta que sonó aquel timbre salvador que indicaba un corto descanso entre clase y clase.

Y en ese espacio de juegos y comidas precipitadas, me reuní con mi grupo de amigos y entre charla y charla, surgió la idea de ir a la finca de mi compañero Chagüendo que vivía en el Líbano, una pequeña vereda de Florida.

Después de los permisos de rigor, organizamos todo el plan, nos reunimos con nuestros otros amigos Juan Carlos y López y ellos preguntaron: “parce, cual es el plan, para donde pegamos”, Chagüendo y yo respondimos: “nos vamos para la finca a pasar el día, traigan comida y la cámara, nos reunirnos en la casa de López, que el papá de chagüen nos recoge a las 2:00”; una vez acabó el horario de clases, nos reunimos en la parte ya acordada, nos montamos en el jeep del papá de nuestro amigo Chagüendo: “buenos días señor, dijimos todos” y partimos hacia la finca. Desde ese momento comenzaron los retos; al llegar empezando por la experiencia de montar un caballo brioso y desconocido. Hasta ahí todo transcurría normalmente hasta que mi amigo nos dijo que ni siquiera imaginábamos a dónde íbamos a ir. Galopamos hasta cruzar un río, subimos una montaña y bajamos por un lodazal.

La adrenalina estaba al límite y lo peor fue que montamos los caballos a pelo y no nos podíamos ni sentar al llegar otra vez a la casa. Almorzamos normalmente, salimos de nuevo y nos dirigimos a la cancha de fútbol “parce, eso es muy lejos, dijimos todos al anfitrión”. Al fin llegamos a la cancha, la sorpresa fue que los otros jugadores parecían búfalos; nos intimidamos un poco pero no íbamos a perder esa caminada; lo que pasa es que en el Líbano donde queda situada la finca, los habitantes son indios y juegan con botas pantaneras; “se podrán imaginar”, el partido transcurrió como siempre, goles, golpes y una que otra discusión.

Podría ser algo muy normal si no tuviéramos morados y magulladuras por todo el cuerpo; el caballo y el fútbol me habían dejado como de recoger con cuchara. Quise descansar y dormir a pierna suelta, propósito imposible de cumplir, teniendo en cuenta los colchones de paja, más duros que el piso y tan crujientes que con sólo respirar parecían una orquesta de grillos. Sin contar, que estaban llenos de polvo y no se podía respirar. A pesar de todo, dormimos como nunca.

Al otro día, la merecida recompensa: un suculento desayuno de finca, abundante y generoso que nos sedujo de tal forma, que decidimos quedarnos un día más a pesar de los traseros golpeados, las narices tapadas y las carnes magulladas. En la tarde retomamos el paseo en los caballos que empezaron a reconocernos y respondieron a nuestras órdenes obedientemente, apostamos carreras y literalmente vaciamos los árboles frutales de los alrededores.

En la noche, partimos para nuestras casas con la nostalgia de los buenos momentos vividos y con la esperanza de poder repetir la experiencia.

1 comentario:

Laura Marcela Ballesteros dijo...

A pesar de estar bien escrito y redactado, no se percibe ese picante que pueda interesar al lector, es decir que se torna monótono y aburrido, sabiendo que una situacion simple puede tornarse en algo completamente envolvente e interesante si se utilizan diferentes tecnicas que faciles de aplicar, y que dan un toque especial, por así decirlo a la anécdota.