J. A. M.
Hace poco tiempo en una tarde muy calurosa de esas en las que uno no quiere salir, me encontraba con mi novia del momento, una trigueña de pelo negro, de hermosa figura con una sonrisa que hace despertar los más íntimos deseos de cada persona. Bajo los rayos de sol que se colaban por la ventana, con la puerta cerrada y sobre la cama nos disponíamos a ver una película.
A mitad de película por mi mente solo pasaban pensamientos sinceros sobre los deseos de mi cuerpo, eran tan fuertes que no pude mas y le dije a ella: “tengo hambre” a lo que ella respondió que estaba ocupada viéndose la película y no se pensaba parar a la cocina. No sabia que hacer, no me podía parar del sitio porque para la gente que habita esa casa no soy bienvenido, pero no pensaba quedarme con hambre así que agarre y le tire un peluche, a lo que llamamos actualmente un peluchaso. Ella no pensaba quedarse con las manos cruzadas, era más versátil de lo que nunca imagine, se movió rápida, ágil y sensualmente agarrando mi maleta y lanzándola contra mí. El tiempo se detuvo y se acelero, vi a esa maleta acercarse rápidamente hacia mi cabeza y en ese preciso momento muy rápidamente me pregunte:” ¿por qué llevo un martillo en la maleta?”. En ese momento todo se volvió confuso, tal vez porque nunca resolví mi pregunta o tal vez porque la maleta con martillo incluido me pego en la frente tumbándome por “knock out” en un golpe contundente y seco.
Después de varios segundos de agonizante dolor mi ex novia me miro y muerta de la riza exclamo: “¡pareces un unicornio!”. No me hicieron muy feliz esas palabras puesto a que a consecuencia del golpe me apareció un hematoma o mejor conocido como un chichón en la frente. Mientras ella me ponía hielo en la parte afectada y me daba un chocolate como por arreglarse conmigo me encontraba casi dormido mirando hacia la puerta acostado en sus piernas cuando de pronto escuche los pasos de la derrota, el sonido del mal, se vio la silueta del demonio, la figura que todos conocemos pero nadie quiere ver. Me puse de pie y casi al mismo tiempo de esta acción se abrió la puerta, me prepare para luchar y dije: “hola suegra”. Pero ella me miro con cara de rareza y desprecio, saludo a su hija y siguió derecho. No era culpa mía que por mi forma de vestir o por mi forma de hablar no me quieran en esa casa, por eso me ataco la rabia y salí al antejardín, no podía ser posible que aunque yo quería llevar las cosas bien algo se interpusiera en aquello. Algo tan miserable como un clasismo en el que no me media como persona.
Mi ex novia salió para hablar conmigo y saco mi maleta, me calmo los sentimientos de rabia con ese poder particular con el que solo ella contaba, era solo ella quien me sabía tratar. Estábamos en el antejardín cuando llego la primita favorita de ella. Katherine que también lleva un poder particular pero este me saca la rabia, mirándome muy burlescamente y con una sonrisa tan grande en la cara que parecía un sapo dijo: “uy, háblame tumorcito”. Con su habilidad de sacarme la rabia también pudo ponerme un apodo, desde ese entonces y hasta este momento “tumorcito” es mi sobrenombre en la familia de mi ex novia con excepción de la madre de ella quien me llama “tumor maligno”.
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