viernes, 2 de mayo de 2008

LOS HARLISTAS (SANTIAGO DUQUE)

Todos hemos visto alguna vez, en vivo y en directo una Harley Davidson, o por lo menos en la pantalla de un televisor o la de una computadora. Esas grandes y ostentosas motos que, nos hacen pensar, a los de las generaciones recientes, en Arnold Schwarzenegger en Terminator salvando a John Connor y al universo, de paso.
¿Pero sabemos en realidad quiénes son estos personajes bizarros casi míticos, cual centauros, que viven parte de sus vidas montados en estas poderosas maquinas?
En una sociedad como la nuestra, tradicionalista aunque con ínfulas de libertad de espíritu y mente abierta, los Harlistas son vistos como unos bichos raros, vestidos de pies a cabeza de cuero negro, que transitan por nuestras calles y carreteras en unos estruendosos aparatos; y no sabemos exactamente con qué razón ni con qué propósito.
Pese a lo que se piensa, los Harlistas no son un grupo conformado en su totalidad por hombres mayores, que salen a las calles a cometer actos de vandalismo. No son un grupo de bandoleros sucios de grasa, vestidos de negro que van de bar en bar perturbando y agrediendo a todos a su alrededor.

Si el cliché existe, existe por una razón. Según una investigación llevada a cabo por periodistas de la revista SOHO, a fin de escribir un artículo sobre el tema, en los años 40, con la película The wild One, protagonizada por el aclamado Marlon Brando, es él quien le da cara y reconocimiento global a esta nueva manera de vivir, a esta nueva tribu urbana. Esta década, marcada por el fin de la segunda guerra mundial, fue el inicio de toda esta sub-cultura del siglo 20. Los ex-combatientes llegados desde Europa y Oriente a Estados Unidos, decidieron abandonar la vida que tenían antes, olvidar sus trabajos mediocres de salarios miserables, a sus familias, sus vidas de obreros alienados y sin sentido, “y enfermos por la angustia de posguerra decidieron convertirse en judíos errantes motorizados, con los bares de carretera por casa y el desierto de Mojave por baño.”
Luego en los años 60, para empeorar su mala fama, se forma en California, un grupo llamado Hell’s Angels, una “pandilla de motociclistas hoscos y malolientes, con manchas de aceite en los jeans y barbas vikingas, arrastrando cadenas [ ]que[ ] fueron acusados de vandalismo, violaciones, tráfico de estupefacientes y armas.”

La naturaleza del ser humano invita al rechazo inmediato hacia lo desconocido, por miedo a lo diferente. Somos animales que en búsqueda de conservar nuestro pequeño ambiente seguro y libre de cambios hacemos a un lado y criticamos con el dedo lo que se sale de los estándares de lo común para nuestra sociedad. El dicho popular colombiano, refuerza este comportamiento humano, tan dolorosamente cierto: “Mejor malo conocido, que bueno por conocer”

En Colombia la situación es muy diferente. Desde el punto de vista económico estos clichés quedan completamente rebatidos. Las personas que hacen parte de esta tribu urbana, deben mantener este hobby excéntrico que les factura mensualmente y al año varios millones de pesos, y estamos hablando de sumas redondeando los 100 millones.
Según SOHO, “en la tienda oficial de Harley Davidson, una chaqueta de colección cuesta $1.444.000, las botas se consiguen desde los $400 mil, los cascos están entre los $500 mil y el millón cien. Hay guantes de $305 mil y las perneras de cuero que van encima de los pantalones cuestan $604 mil. Y bueno, están las motos, que van desde los $28 hasta los $80 millones.”
El jefe de los Hell´s Angels aún vive. Se llama Sonny Barger y le dio la siguiente definición del amor al escritor Hunter S. Thompson: "Es el sentimiento que tienes cuando te gusta alguna cosa tanto como tu motocicleta". Lo que buscan, estos personajes, al pertenecer a esta tribu urbana es la pasión por la aventura. Su pasión por las motos de alto cilindraje, la sensación de estar frente a una gran autopista vacía, con la cara al viento, constituyen una directa relación del hombre con la naturaleza, la libertad, la adrenalina: los pilares de esta subcultura.

El Harlismo en Colombia es un estilo, una decisión de vida, pero que no consume a sus integrantes, sus miembros son personas del común que en un día ordinario cumplen con sus funciones laborales, cívicas y familiares como cualquier otro individuo participativo y responsable que sabe vivir y convivir en sociedad. Para poder mantener este lujoso hobby, los Harlistas llevan vidas agitadas y atareadas en el trabajo, en su vida cotidiana y es con sus motos que desfogan su necesidad de adrenalina y sus ganas de aventura y libertad.
Ante esta tribu urbana en nuestro país, el público tiene varios espejismos, que creo he ayudado a esclarecer. Estos denominados Harlistas, unos hombres rebeldes que se pasaban sus vidas en sus motos, de bar en bar, de carretera en carretera solo buscando la satisfacción de la libertad de las autopistas, la adrenalina de la velocidad y las frecuentes peleas. Pero en nuestro país, esta descripción no encaja con el nivel económico que hay que tener para poder pagarse este lujo, que estos supuestos hombres barbudos, barrigones y buscapleitos ya es solo un mito y son nuestros “yuppies” los nuevos Harlistas colombianos.

A fin de entender más a fondo la psiquis de estos personajes debemos remontarnos a lo que los incita a unirse a este grupo, cada vez más grande y popular en nuestro país y aún bastante desconocido y tristemente mitificado con una serie de perjuicios ya mandados a recoger.
Estos hombres andan juntos por las carreteras del país, desfogando su adrenalina y sus ansias de aventura y libertad.
¿Pero no serán más que un grupo de hombres ya bien creciditos que se rehúsan a crecer y madurar y usan esta excusa como forma de escapatoria a su realidad?
Una manada con estructura de pandilla juvenil que se viste de cuero negro de pies a cabeza, con botas y que se pierden los fines de semana en largas excursiones multitudinarias por las carreteras nacionales.
Mostrándose y exhibiéndose en sus motos de estruendosos motores y estrafalarias vestimentas.
¿No es esto la idéntica reproducción de las conductas juveniles?
¿La búsqueda de identidad, y la reafirmación de la misma através de la estética vestimentaria?
¿La búsqueda de comunidad y compañía, de sentirse pertenecer a algo, a un grupo?


El movimiento Harlista en Colombia no es un fenómeno marginal, ni en tamaño, ni en clasificación socio-cultural ni económica de sus integrantes. Prueba de esto son los multitudinarios eventos que existen donde el Harlismo es protagonista: la convención anual de Harlistas de Colombia, la elección de la señorita Harley y las numerosas caravanas a través del país, entre otras.
Hay que entender este movimiento en Colombia ya como una tribu urbana constituida y bien arraigada entre sus miembros, que no cumple con los esteriotipos ni perjuicios fundamentados ya en mitos y leyendas del siglo pasado en California. Una tribu todavía muy desconocida y mal juzgada que talvez su único pecado es tener entre sus filas, a hombres todavía niños ricos que no entienden talvez la esencia original de esta subcultura, y la viven más como un medio de ostentación económica y de rango social y de escapatoria a su realidad.

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